Barcelona, 29 de julio de 1969
Mossèn:
Mi telegrama no era delirante. Creo sinceramente que Conversación en La Catedral es una de las grandes novelas de este siglo. Una novela con un umbral estrecho, como te decía en una carta anterior, y de una vastedad insospechada una vez traspuesto ese corredor tortuoso y liminar. Te leí en dos noches blancas, cabalgando galeras llenas de erratas, de líneas saltadas y carentes de divisiones. En mi loco entusiasmo ordené a Rosa que te mandara esas mismas galeras, tal como estaban, sin corregir, con el solo propósito de intensificar la comunicación contigo acerca del libro, sin esperar a que hubiera galeras corregidas. Tal vez fue un error; te imagino vomitando lisuras, haciendo huelgas de hambre, rehusando hasta el cebiche y el chupe de camarones. Pero tal vez tu indignación y tu tristeza servirán de acelerador, impedirán que te demores un solo minuto.
Es inútil que te hable del libro. No soy capaz de otra crítica que no sea la pura adjetivación. Habré de esperar a que la lectura se asiente y sus impresiones se sosieguen. Me sentí cobarde con Santiago, viscoso con Bermúdez, perplejo entre todas las actividades con Ambrosio y, por supuesto, reiteradamente lésbica con la Musa y con la Queta. Pasé noches en teatruchos y bulines, hice los más sucios negocios, humillé página tras página los heredados principios morales y, sobre todo, aprendí, qué carajo, cómo se mete mano a la oposición, cómo se rompen sus manifestaciones y se truecan en apoteosis de quien nos paga y, en fin, cómo se manejan los delicados negocios del poder. En fin, como si hubiera estado en Lima en ese tiempo y hubiera ejercido simultáneamente de puta y de cachaco. Naturalmente hay mucho más que eso, pero no te lo voy a contar ahorita; apenas comienzo a contármelo a mí mismo.
En el libro no encontré desde el punto de vista estilístico nada que te pueda señalar como un inconveniente o un defecto. Por decir algo te diré que me sorprendió la frecuencia con que los personajes requintan. Requintan casi tan frecuente como los del amigo Hortelano se retrepan en sus asientos. Claro que a lo mejor en el Perú se requinta más. Yo no requinto nunca. En fin, maestro, que mi crítica sea muda y entusiasta, como un abrazo.
Creo que el libro puede ir en dos volúmenes. En dos volúmenes para que no sea un libro monstruoso, pero que han de ser dos volúmenes siameses.
Estuve cenando con José Miguel Oviedo, que nos obsequió con una cena criolla. Voy a publicar su libro sobre ti cuando lo ponga al día, es decir, después de que haya leído e incluido en el texto todo lo referente a Conversación en La Catedral.
Dicto esta carta en medio de un bochorno espeso que ni siquiera deja pensar con claridad; es decir, con notable esfuerzo mío y de Ana, lo cual indica que nada te excusará de contestar a vuelta de correo, de devolverme el abrazo y de darme noticias.
Carlos Barral
P. S. Acabo de recibir tu carta del 20 de julio juntamente con el currículo y las fotos. El currículo revela que, a pesar de lo que dices en tus cartas, no estás decidido a renunciar al cargo universitario inglés. Dime algo definitivo en cuanto decidas.
No, no voy a ir a la reunión de Santiago; necesito las vacaciones de agosto para desintoxicarme, por lo menos.
El poeta de perfil de medalla no contesta a mis cartas. Quién sabe por dónde andará. Si la correspondencia no se reanuda en septiembre tendré que buscar otra solución para las carátulas. Te tendré informado a partir del 1º de septiembre. Si durante el mes de agosto te conviene comunicarte conmigo, hazlo a mis señas de Calafell (avda. de San Juan de Dios, 16).
Un abrazo. ~